Periode bleue

Extasis

Gelatina de frambuesa

caliente lecho de mariposas

pellizcando la piel.

Murmullo incesante

que d e l e t r e a

tu nombre

ÉXTASIS

Geografia

El rojo vence al negro

El ROJO vence al NEGRO
y se precipita sobre él.
No hay sima ni colina
donde no se le escuche palpitar
latiendo fuerte,
rebosando savia dulce y espesa.

Ha de ser así
ROJO como la vida
el deseo
el sabor de las cerezas
el carmín que se expande al acariciarlo con la lengua.

Así es el ROJO
Y nosotras lo sabemos.

Para Cati

El yunque de las fuerzas

Ese flujo, esa náusea, esas tiras: aquí comienza el fuego. El fuego de lenguas. El fuego tejido en flecos de lenguas, en el reflejo de la tierra que se abre como un vientre que está por parir, con entrañas de miel y azúcar. Con todo su obsceno tajo ese vientre fláccido bosteza, pero el fuego bosteza por encima con lenguas retorcidas y ardientes que llevan en la punta rendijas parecidas a la sed. Ese fuego retorcido como nubes en el agua límpida, con la luz al lado que traza una recta y algunas pestañas. Y la tierra entreabierta por todas partes muestra áridos secretos. Secretos como superficies. La tierra y sus nervios, y sus prehistóricas soledades, la tierra de geologías primitivas, donde se descubren secciones del mundo en una sombranegra como el carbón. La tierra es madre bajo el hielo del fuego. Ved el fuego en los Tres Rayos, coronado por su melena en la que pululan ojos. Miríadas de miriápodos de ojos. El centro ardiente y convulso de ese fuego es como la punta descuartizada del trueno en la cima del firmamento. Centro blanco de las convulsiones. Un resplandor absoluto en el tumulto de la fuerza. La espantosa punta de la fuerza que se quiebra con estruendo azul.

"El yunque de las fuerzas" Antonin Artaud

Arcilla roja

Sobre la arcilla roja

de mi cuerpo en llamas

el agua desbordada

ha hecho brotar

la hierba

de mis entrañas.

La caja de los recuerdos

TE ESPERARÉ APOYADA EN LA CURVA DEL CIELO

Te esperaré apoyada en la curva del cielo

y todas las estrellas abrirán para verte

sus ojos conmovidos.

Te esperaré desnuda.

Seis túnicas de luz resbalando ante ti

deshojarán el ámbar moreno de mis hombros.

Nadie podrá mirarme sin que azote sus párpados

un látigo de niebla.

Sólo tú lograrás ceñir en tus pupilas

mi sien alucinada

y mis manos que ofrecen su cáliz entreabierto

a todo lo inasible.

Te esperaré encendida.

Mi antorcha despejando la noche de tus labios

libertará por fin tu esencia creadora.

¡Ven a fundirte en mí!

El agua de mis besos, ungiéndote, dirá

tu verdadero nombre.

Ernestina de Champourcín

Está

No estás ya aquí. Lo que veo de ti,

cuerpo, es sombra, engaño.

El alma tuya se fue

donde tú te irás mañana.

Aún esta tarde me ofrece

falsos rehenes, sonrisas

vagas, ademanes lentos,

un amor ya distraído.

Pero tu intención de ir

te llevó donde querías

lejos de aquí, donde estás

diciéndome:

«aquí estoy contigo, mira».

Y me señalas la ausencia.

"La distraida" Pedro Salinas

Se impone silencio

Frio turquesa glaciar

Frio turquesa glaciar,

acuchillando

las oquedades profundas del carbón.

Nubes verdes de óxigeno

iluminando

las entretelas de la tierra.

Boca

Acido limón

Me abrasa el carbón de tus pies y pinto deslizando mi vientre por la tierra. Empapo mi piel del ácido limón y juego a recorrer tu rastro con mi lengua.

Metal azul

Frio metal azul donde dibujo las huellas quebradas de mis dedos. Plomizo atardecer que sepulta el blanco. Mordaza de seda empapada de la sal de mis ojos.

Linea roja

La delgada linea roja

se quiebra ahora

por la sombra del caballo negro,

recorriendo

desvocado

las praderas blancas.

Acantilados oxidados

Te llevaré en la noche allí donde terminan los acantilados oxidados para que contemples mi mar, revuelto y añil.

Borrachos de abismo atraparemos con nuestra piel las nubes febriles, cubriéndonos de hollín. Nos revolcaremos entre las rocas, resbalando entre ríos de salitre brillante, sorbiendo el aire líquido de nuestras hoquedades más profundas.

Niebla

Cuéntame lo que sientes cuando las nubes bajan a abrazarte al final del día, acunando tu soledad los fríos montes de pizarra. Dime si es entonces cuando tus manos rastrean en la tierra las huellas de las mías, mientras tus ojos llueven sobre tus rodillas. Hazme sentir al menos la duda de la niebla, la ceguera momentánea, el sonido fugaz de una bala de plomo atronando el cielo.