Esta mañana después de pasar delante de un puesto de sardinas descubrí que tengo ojos nuevos en mis dedos, ojos rojos de sabor salado que ambicionan conocer el mundo. Cada uno tiene vida propia y es tal su inquietud que se mueven continuamente para poder ver en todas direcciones. Sin embargo, algunas veces, es el sensato ojo de la palma de mi mano el que colocándose delante de ellos me observa a mí con mirada inquisidora, obligándome a poner orden a tanta mirada rebelde. Mi tacto de sardina va dejando escamas cuando camino con las palmas de mis manos, que se pegan en las suelas de los zapatos de los que caminan a mi alrededor, haciendo sus pasos de plata con el reflejo del sol. Creo que cuando sienta que mis diez ojos se apagan y mis dedos se van secando, volveré al puesto de sardinas a recuperar la mirada, aunque el ojo de la palma de mi mano solo desee volver tranquilamente a mi cara.
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