Hotel 160 x 110 cm Con tu última palabra,
el rayo afilado de tu lejanía
se me clavó,
estilete certero y doloroso,
en algún lugar voluntariamente anestesiado,
voluntariamente enredado en jirones de gasas
que velan la certidumbre,
jugando al escondite,
de una realidad largamente intuida.
Y despertó
Y vio
Y supo.
La cabeza se venció hacia un lado,
cesó el pulso unos segundos,
los labios se entreabrieron.
Una gota resbaló, inútil, por la mejilla.
La lamí
Y toda yo supe de la sal
y del naufragio en aguas saladas
de inalcanzables deseos imposibles,
imposibles a pesar de la estela del momentáneo resplandor.
Y la sangre dejó de correr
y supe del hielo
de la carne muerta.
Supe que sólo en los días de espera
es posible la esperanza y el batir de tambores allá adentro.
Supe más,
supe, así, del engaño de lo esperado,
de la inutilidad de las palabras aladas
jugando a confundir
con la insistencia de su juego falaz.
Supe que sólo entre almohadas
surge la gran trampa,
la gran mentira de lo que no es.
Hilos que tejen con gestos y susurros,
con caricias y humedades,
sueños sin raíces,
sueños que son ya una despedida
con el último botón que se abrocha
o con la última cremallera que se cierra.
Supe que el silencio,
un silencio en el que caben las voces,
es la única verdad,
la única en esta lid de espadas entrechocadas,
la única en este fragmento de vida
que arrastra historias de un hermoso pasado,
la única en este juego sin reglas
en el que, lo sé, me toca perder.
Supe, finalmente, que de tu voz,
tu voz profunda y amada,
nunca saldrán enlazadas
las sílabas de lo que
en ningún pretérito ni ningún presente
habrían podido ser:
Quédate.
ZAXANAERCIS.
Octubre 2008.
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